El Sistema Nervioso Central es el soporte básico para que se pueda dar el conocimiento, el comportamiento y las emociones.
Para entender el desarrollo neurobiológico es básico conocer la evolución del Sistema Nervioso Central (SNC) desde el programa genético en la etapa embrionaria y los cambios que se producen durante su desarrollo desde un punto de vista ontogenético, así como su capacidad para integrar funciones a medida que va madurando gracias al aprendizaje (Lozano y Montoro, 2015; Olivé, 2013; Rodríguez,2015).
En todo este proceso interviene la genética, los cambios anatómicos y las funciones que van desarrollando las estructuras que se van creando gracias al aprendizaje (Olivé, 2015).
Cómo se van integrando funciones gracias al aprendizaje desde el mismo nacimiento, se puede observar con nitidez en la pirámide organizacional del aprendizaje de Williams y Shellenberger (1994):
Desde la década de los 60´s, la presencia de reflejos primitivos se asociaba desde el punto de vista neurológico con la posibilidad de desarrollar algún tipo de disfunción motora, del lenguaje o cognitiva.
Se consideraba además que estos reflejos mostraban un dominio desde el punto de vista funcional de las áreas subcorticales del SNC y que a medida que se iban inhibiendo la corteza cerebral iba tomando el control del comportamiento tal y como lo consideraron posteriormente además Prechtl (1983), Touwen (1984), Zelazo (1983) y Horak (1991), concepto que a día de hoy se mantiene (Alvarado et al., 2010; García-Alix y Quero, 2012).
Si un escolar no logra la maduración de los reflejos primitivos, en el centro de la pirámide, al final del primer año de vida, cualquier ámbito del desarrollo que aparece en la pirámide puede verse afectada tanto en el nivel sensorial como en el nivel motor y/o cognitivo.
Los reflejos primitivos se pueden madurar mediante un entrenamiento formado por movimientos sencillos de forma que la corteza cerebral vaya tomando el control del comportamiento y mejorando aquellos aspectos que hayan podido verse afectados.