A partir de aquí el interés por investigar los reflejos primitivos fue en aumento.

Se consideraba que el cerebro del recién nacido respondía a estímulos con acciones reflejas con lo que en la década de los 60’s los reflejos primitivos se integraron en la evaluación que se llevaba a cabo en las Unidades de Cuidados Infantiles de la mano de investigadores como Paine, (1960), Chesni y Dargassies (1960), Illingworth (1962), Prechtl (1964), Peiper (1965) y Amiel-Tison (1968), ya que su ausencia o debilidad en el neonato se asociaba con la posibilidad de desarrollar algún tipo de disfunción motora.

Se consideraba además que estos reflejos mostraban un dominio desde el punto de vista funcional de las áreas subcorticales del SNC y que a medida que se iban inhibiendo la corteza cerebral iba tomando el control del comportamiento tal y como lo consideraron posteriormente además Prechtl (1983), Touwen (1984), Zelazo (1983) y Horak (1991), concepto que a día de hoy se mantiene (Alvarado et al., 2010; García-Alix y Quero, 2012)

En 1965 Berta Bobath describió la presencia de reflejos primitivos anormales de una forma exagerada en sus pacientes con parálisis cerebral, como resultado de los estudios llevados a cabo entre marzo de 1945 y noviembre de 1953, en los que examinó a 305 pacientes de los cuales a 160 se les hizo un seguimiento de seis años.

Según Bobath (1965), los reflejos primitivos están en la base del desarrollo completo de la actividad motora y de los movimientos, y de las habilidades voluntarias y por lo tanto sin su completo desarrollo e integración no se puede desarrollar una actividad motora normal.

1971, Gustafsson D., terapeuta ocupacional, lleva a cabo una investigación en la que se comparan los niveles de reflejos de dos grupos de niños, un grupo con patologías neurológicas y el otro grupo sin patología neurológica conocida.

La evaluación de los reflejos mostró que el grupo de niños con patologías tenían todos reflejos activos. En el otro grupo formado por 19 niños, ocho tenían también reflejos retenidos y de estos ocho niños uno tenía problemas de conducta y el resto dificultados con la lectura y/o la escritura (Goddard, 2005).

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