Los reflejos primitivos abarcan un grupo de respuestas motoras que se pueden observar como una conducta motora natural, tanto en el feto, como en el recién nacido y en los niños.

Estos patrones fijos de movimientos que se realizan automática e involuntariamente están dirigidos desde el tronco del encéfalo y se llevan a cabo sin ninguna mediación del córtex cerebral, y son desencadenados como respuesta a estímulos sensoriales concretos.

Cuando el bebé nace, viene dotado de un conjunto de reflejos que son fundamentales para garantizar su supervivencia y que funcionan como un ejercicio básico inicial que le irá abriendo las puertas al desarrollo de sus habilidades posteriores.

Los reflejos están totalmente presentes en el nacimiento y a medida que el Sistema Nervioso Central va madurando van inhibiéndose hacia el primer año y medio de vida, para después dar paso al desarrollo de los reflejos posturales junto con las estructuras neurológicas de inhibición cortical que necesitará para adaptarse eficazmente al entorno a medida que vaya creciendo.

Tanto los estímulos como la respuesta refleja funcionan como un mecanismo de recopilación inicial de información e inicio de codificación de esta información en el córtex en desarrollo.

A medida que los centros superiores del cerebro van adquiriendo control sobre el sistema sensoriomotor, el bebé irá procesando la información con mayor eficiencia.

Este estado de procesamiento de la información tendría su relación con las primeras fases del desarrollo cognitivo de Piaget, así en el Estadio I los reflejos se presentan como una actividad funcional que permite formar esquemas de asimilación, y donde los reflejos se irán sustituyendo por el movimiento voluntario, que involucra a distintos sistemas sensoriales, y se acabará convirtiendo en hábitos sensoriomotores nuevos.

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