Desde los primeros estudios, Gesell y Amatruda definen los “patrones de comportamiento” como todas las reacciones del niño incluyendo en ellas las reflejas, las voluntarias, las espontáneas y las aprendidas.
Así, el reflejo del parpadeo, el reflejo rotuliano o el reflejo de agarre son un ejemplo de patrón de comportamiento del mismo modo que, las reacciones de ajuste corporales y del desplazamiento del cuerpo como sentarse, estar de pie, arrastrar, gatear y caminar.
Por tanto, los patrones de comportamiento son útiles para el diagnóstico porque no son caprichosos o accidentales, sino que suponen un sistema de acciones determinadas por el proceso de maduración cerebral que responden a una secuencia determinada en el tiempo y que se inician en el período fetal para continuar tras el nacimiento madurando y generando nuevas formas de comportamientos cada vez más avanzadas.
El diagnóstico del desarrollo evolutivo, desde este punto de vista, consiste en la capacidad de observar patrones de comportamientos y valorarlos en comparación con patrones previamente estandarizados en función de estudios controlados, teniendo en cuenta que el desarrollo no es una unidad absoluta de medida, sino que se recogen niveles específicos, tendencias estandarizadas de comportamiento sujetas a variabilidades individuales.
En la década de los 60’s, y a partir de los estudios de Gessell, los reflejos primitivos se integraron en la evaluación los hospitales ya que su ausencia o debilidad en el neonato se asociaba con la posibilidad de desarrollar algún tipo de disfunción motora.
Se consideraba además que estos reflejos mostraban un dominio desde el punto de vista funcional de las áreas subcorticales del SNC y que a medida que se iban inhibiendo la corteza cerebral iba tomando el control del comportamiento, tal y como lo consideraron posteriormente además otros autores como Prechtl, Touwen y Horak; concepto que hoy se mantiene en los textos de Alvarado et al. y García-Alix y Quero.
La integración de los reflejos primitivos sería, por lo tanto, el resultado de la maduración del sistema nervioso central. Cada vez hay más evidencia de que los reflejos primitivos pueden permanecer activos en ausencia de patología diagnosticada y/o conocida y, en ese caso, se relacionan con dificultades sociales o con dificultades en el rendimiento escolar.