En la década de los 30’s y con la intención de buscar mecanismos que permitieran predecir tempranamente los daños en el sistema nervioso, Arnold Gesell y Katherine Strunk Amatruda introdujeron la evaluación de los reflejos dentro de la evaluación neurológica del niño, y con ellos se inicia la concienciación sobre la necesidad de realizar a los recién nacidos pruebas de diagnóstico evolutivo.

Gesell y Amatruda (1941), consideraban que el nivel de maduración de un niño podía ser evaluado observando sus reacciones o comportamientos. Dentro del concepto “patrones de comportamiento” estaban incluidas todas las reacciones del niño: las reflejas, las voluntarias, las espontáneas y las aprendidas.

A medida que el niño va madurando, sus reacciones van madurando, es más, consideraba al niño como un sistema de acciones en crecimiento. A medida que el sistema nervioso va madurando los patrones de comportamiento también se van diferenciando. Los patrones de comportamiento se convierten así en un mecanismo útil para valorar la maduración del sistema nervioso.

Gesell define los “patrones de comportamiento” como “simplemente una respuesta definida del sistema neuromotor a una situación específica” (pág,4). El reflejo del parpadeo, el reflejo rotuliano o el reflejo de agarre son un ejemplo de patrón de comportamiento del mismo modo que las reacciones de ajuste corporales y del desplazamiento del cuerpo como sentarse, estar de pie, arrastrar, gatear y caminar.

Los patrones de comportamiento son útiles para el diagnóstico porque no son caprichosos o accidentales, sino que suponen un sistema de acciones determinadas por el proceso de maduración que responden a una secuencia determinada en el tiempo y que se inician en el período fetal para continuar tras el nacimiento madurando y generando nuevas formas de comportamientos cada vez más avanzadas.

El diagnóstico del desarrollo consistiría desde este punto de vista en la capacidad de observar patrones de comportamientos y valorarlos en comparación con patrones previamente estandarizados en función de estudios controlados, teniendo en cuenta que el desarrollo no es una unidad absoluta de medida, sino que se recogen niveles específicos, tendencias estandarizadas de comportamiento sujetas a variabilidades individuales.

Tras el estudio de cientos de niños considerados normales descubrieron además que los patrones de comportamientos, su secuencia de desarrollo y el orden en el que aparecen suelen ser significativamente uniformes, lo que les permitió agruparlos en términos de edad y en cuatro ámbitos de comportamiento:

  1. Comportamiento motor, que incluiría coordinación motora gruesa, coordinación motora fina, control de la cabeza, control postural en posición sentada y de pie, desplazamientos como caminar, gatear, aproximación prensil a un objeto, agarre y manipulación del objeto.
  2. Comportamiento adaptativo, o capacidad para usar el comportamiento motor en la resolución práctica de problemas, es decir, el ajuste sensoriomotor a objetos y situaciones.
  3. Comportamiento del lenguaje, que incluyen las formas de comunicación que van del lenguaje facial y corporal a las vocalizaciones y formación de palabras, frases y oraciones, junto con la función social de la comunicación.
  4. Comportamiento personal-social o reacciones personales a la sociedad en la que vive.

En este último apartado es interesante destacar que Gesell consideraba que los patrones de comportamiento estaban fundamentalmente determinados por los factores intrínsecos de crecimiento, es decir, el control de esfínteres son una necesidad social, pero su logro dependerá de la madurez neuromotora, y así con toda la larga lista de actitudes y habilidades infantiles.

 

Continuará…

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